Concours du jeune traducteur d’espagnol 2019 / 2020

Cette année 12 lycées de la Région des Pays de la Loire ont participé au concours.

200 inscriptions

Le texte proposé est celui du résident bolivien Rodriho Hasbun. La rencontre avec l’auteur se fera lors de la remise des prix au conseil régional des Pays de la Loire le 11 mai 2020.

Extrait du texte à traduire :

Celebraban el aniversario del pueblo, esa era la excusa para que la abuela no se diera cuenta. Su enfermedad ya estaba muy avanzada por entonces, pero era mejor que ella siguiera creyendo que los dolores en la espalda se debían a otra cosa.
‘Cuidado digas algo’, me había advertido mamá varias veces en la camioneta, mientras viajábamos, y yo supe en ese momento que iba a enojarse en serio si decía algo. A menudo nos pellizcaba debajo de la mesa o nos jalaba las patillas, y alguna vez nos había dado cachetadas, pero era aun peor cuando nos ignoraba durante varios días seguidos si la hacíamos enojar en serio. ‘¿Me oyes ?’, dijo sin dejar de mirarme desde su asiento. Papá estaba cantando lo de siempre (en la vida hay amores… que nunca pueden olvidarse), manejando abstraído, y mi hermano se había quedado dormido a mi lado. Asentí apenas y mamá recién entonces se volteó hacia delante.
Eso había sido el día antes. Ahora estábamos en medio del monte, papá, mi hermano y yo. Hacía un calor insoportable, distinto al de la ciudad, más húmedo, y volvíamos de una caza pésima. La víbora que nos habíamos topado en el camino de regreso a la casa grande ya no tenía cabeza pero seguía sacudiéndose y a nosotros nos costaba entender por qué se aferraba a la vida.
‘Dale de nuevo’, le dijo papá a mi hermano sin darse cuenta de que el hombro le dolía, el rifle le había pateado duro la primera vez. Dispararle a algo tenía que ser distinto a dispararle a nada, a manchitas en el aire. Sin quejarse, él cerró un ojo mientras acercaba el otro a la mirilla.
Era un luchador, mi hermano, alguien que no se mostraba vulnerable nunca. Cuando nos hicimos hombres y los cinco años de diferencia ya no se notaban tanto, a la salida de las discotecas o en algunas tardes de fútbol, lo vi decenas de veces revolcándose como un animal salvaje encima de otros. Aunque estuviera adolorido o mareado, aunque ya casi no pudiera respirar, tenía descartado cualquier tipo de rendición.
Disparó y el monte nos devolvió el eco. La víbora seguía sacudiéndose.
‘La muy hija de puta no quiere morirse’, dijo papá entonces. Como si esas palabras contuvieran una orden secreta, mi hermano dejó el rifle a un lado, levantó una piedra que estaba a unos metros y la aplastó con todas sus fuerzas.
Temblaba un poco, viéndola quieta al fin.
Papá dio un paso hacia él y le acarició la cabeza.